Educación financiera empieza en casa (y hablando)

No sé cómo será para los demás, pero a mí me educaron con la idea de que del dinero no se habla. Ni de cómo ganar más, ni de cómo gastar menos, ni de cómo distribuir los gastos en casa. El tema aparecía solo cuando la situación era desesperante, cuando ya estábamos ahogados y había que buscar una salida.

A esto se sumaban frases que flotaban en el aire: “los ricos no entrarán al reino de los cielos”, o aquella valoración griega del “ocio” por sobre el “negocio”. Y, en la cultura popular, no faltaban los calificativos: “asqueroso intermediario”, “capitalismo salvaje”, “mugroso dinero”. Incluso la marcha del partido más popular del país invita, sin pudor, a “combatir el capital”.

El resultado: una sociedad que mira con desconfianza al capital. En la familia, esto se traduce en la incapacidad de tratar el tema del dinero de forma natural. No se ve, por ejemplo, que pagar por la educación de un hijo es una inversión. Si lo entendiéramos así, probablemente nos esforzaríamos por obtener el mayor rendimiento posible.

Hoy está de moda decir que “no tenemos educación financiera”, pero ¿es posible educar sobre finanzas mientras seguimos demonizando el dinero y a quienes lo generan?

Creo que las sociedades que no han tratado mal al capital son las que hoy tienen mejor nivel de vida. Los padres que enseñaron a sus hijos el valor de cada cosa —pagándoles por trabajos, premiando logros o sancionando fracasos económicamente— han formado adultos más productivos que quienes los mantuvieron alejados de los temas financieros “para que no se preocupen”.

En mi caso, cuando empecé a trabajar y gané mi primer dinero, me dieron una tarjeta de crédito. Orgulloso, le dije a mi madre que no la usaba porque no necesitaba financiarme. Ella me recomendó guardarme el efectivo, usar la tarjeta y pagar todo a fin de mes para construir un historial crediticio. Me pareció un buen consejo, pero lo guardé en un cajón.

Décadas después, conversando con mi esposa, le conté aquella anécdota y me sorprendió su reacción: “¿Cómo, siendo algo tan importante, nunca me lo habías dicho?”. Ese momento me hizo darme cuenta de algo: no es que el tema nunca haya estado presente, sino que yo mismo lo he negado. Y, quizás, esa negación es la herencia más fuerte que arrastro.

Hablar de dinero en casa no es un tema tabú: es un regalo para el futuro de quienes más queremos. ¿Ya empezaste esas conversaciones con tu familia? Contame en los comentarios cómo lo hacen en tu hogar o qué dificultades encontraste. Tus experiencias pueden inspirar a otros a dar el primer paso.

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