El mercado: competencia perfecta en acción
Durante años fui al mercado municipal de mi ciudad, primero de chico con mi mamá, y después como adulto en busca de buenos precios. Sin saberlo, ahí empecé a entender cómo funciona una estructura cercana a la competencia perfecta.
Los tomates se parecen entre puestos, los precios tienden a alinearse, y si llegás cerca del cierre o de un fin de semana, los puesteros bajan los precios para evitar tirar la mercadería. Si aparece un productor con mejor calidad o precio, le va bien. Si alguien grita más fuerte, arma mejor su puesto o trata mejor al cliente, vende más.
La oferta, la demanda y el tiempo juegan en vivo y sin intermediarios. Eso es economía real, sin PowerPoint.
El almacén: cuando la fidelidad vale más que el precio
En el almacén de la esquina, no siempre el precio era el más bajo, pero la confianza y la cercanía pesaban más. Si había fiado, si uno pedía “lo de siempre”, o si el dueño avisaba que algo iba a subir… ahí aparecía otro valor económico: el vínculo social como forma de capital.
Pequeñas decisiones, grandes lecciones
La economía barrial me enseñó cosas que ningún libro logró. Me mostró que los actores económicos no son números, sino personas. Con emociones, intuiciones y necesidades concretas.
¿Qué me dejó todo esto?
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Que los precios no son solo números, sino el resultado de acuerdos, urgencias, y relaciones.
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Que el capital social puede valer más que el financiero, especialmente en comunidades pequeñas.
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Que lo que pagamos muchas veces tiene más que ver con percepciones que con cálculos fríos.
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Que la economía está viva, incluso en los rincones más humildes.
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Y que entender la economía empieza por observar, no por juzgar. Porque antes de ser una ciencia, la economía es una forma de leer el comportamiento humano en comunidad.
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