Economía Cotidiana: Decisiones Financieras que Tomas Sin Saberlo

El otro día, charlando con mi esposa y mi hijo sobre qué podíamos cocinar, nos pusimos a revisar qué teníamos en la heladera y en la alacena. Sin darnos cuenta, en esa conversación analizábamos —explícita o implícitamente— no solo qué teníamos ganas de comer, sino también qué productos estaban por vencerse, qué ingredientes teníamos en mayor cantidad y qué íbamos a tener que reponer pronto.

Todo eso, sin planillas de Excel ni curvas de oferta y demanda. Solo observando, deduciendo y decidiendo. De manera casi intuitiva, estábamos haciendo economía doméstica: evaluando escasez, utilidad, esfuerzo, tiempo... y hasta costo de oportunidad.

Es lo que hace cualquier persona que tiene que administrar su casa con recursos limitados. Tal vez nunca lo pensaste así, pero la economía también se practica en la cocina, frente a la góndola del súper o en la parada del colectivo.

Por ejemplo:
¿Voy al almacén que está cerca aunque sea más caro, o me tomo un bondi para comprar más barato?
¿Pago en efectivo para no endeudarme o tiro con la tarjeta en cuotas sin pensar demasiado en cuánto terminaré pagando al final?

Casi toda mi vida la viví en un contexto inflacionario, lo cual me llevó —como a muchos— a resignar el hábito de racionalizar las decisiones de consumo. Cuando todo cambia de un día para el otro, hacer cálculos a largo plazo parece una pérdida de tiempo. En ese contexto, muchas veces consumir fue más una cuestión de intuición (o de apuro) que de planificación.

Hubo veces que pensé bien las compras a crédito: si iba a financiar algo en 6 o 12 meses, tenía claro que ese producto debía durarme, al menos, hasta que terminara de pagarlo. Pero también cometí errores. Más de una vez terminé pagando en cuotas bienes de consumo inmediato, como si la tarjeta fuera mágica. Y esos errores, claro, se pagan después... con restricciones, con angustias o con resignaciones.

Con los años entendí que cuanto más estable es el contexto económico, menos margen tenemos para improvisar, y más importante se vuelve decidir bien. Pero también entendí algo más profundo: que la economía no está reservada a los economistas.

Usamos conceptos como escasez, eficiencia o decisión racional todo el tiempo, aunque no lo sepamos. Lo hacemos cada vez que abrimos la billetera, armamos un menú, o elegimos si gastar hoy o guardar para mañana.
Nadie nos enseñó que eso también era economía. Pero lo es. Y en un país como el nuestro, aprender a mirar la economía desde lo cotidiano es un primer paso para tomar mejores decisiones, sin fórmulas mágicas, pero con los pies bien puestos en la realidad.

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