Fui educado en un colegio católico, bajo una fuerte moral cristiana que exaltaba la pobreza con frases como:
“Sólo los pobres heredarán el Reino de los Cielos…”
Esa visión moldeó mis primeras ideas sobre economía y justicia social.
A eso se sumaba el contexto ideológico de la época. En mis veinte, las ideas keynesianas eran el paradigma dominante en la enseñanza de la economía. El caos económico de los años 30 había dejado heridas profundas, y la solución parecía clara: un Estado fuerte, que interviniera, que corrigiera, que guiara.
En esos tiempos, la Unión Soviética era todavía “joven”, y el marxismo podía prometer una utopía de igualdad. Claro, el modelo soviético nos resultaba demasiado opresivo. Entonces, preferimos el Estado intervencionista de Keynes: protector pero no controlador. Y el mundo parecía ir en esa dirección: el orden económico de Bretton Woods, la reconstrucción europea con el Plan Marshall, el crecimiento de las socialdemocracias.
Incluso en Argentina, con nuestra famosa frase de “ni yanquis ni marxistas”, seguíamos una tercera vía: un Estado presente, impulsor del desarrollo, árbitro de los desequilibrios del mercado.
Pero el tiempo pasó.
Llegó el “Caracazo” en Venezuela, llegó el 2001 en Argentina, y empecé a cuestionar. Empecé a pensar que tal vez Reagan y Thatcher no estaban tan errados. Que tal vez Friedman tenía razón. Que los problemas económicos no eran solo una cuestión de injusticia, sino también de incentivos, de reglas claras, de límites.
Y acá quiero ser claro: para mí la economía es una ciencia, y como tal, no puede estar sometida a juicios morales. Si los datos, la realidad, la experiencia contradicen una teoría, no podemos forzar los hechos para salvarla. No es científico negar la gravedad solo porque no nos gusta caer.
Todo lo que había estudiado sobre el Estado como gran ordenador social no funcionó como se prometía. Tal vez las causas fueron múltiples, tal vez algunas intenciones eran buenas. Pero los países que adoptaron modelos distintos lograron resolver problemas que aquí seguimos discutiendo como si fueran eternos.
De la macro al comportamiento: el nuevo desafío
Hoy siento que el verdadero desafío ya no está en grandes modelos macroeconómicos, sino en comprender los comportamientos individuales. En cómo toman decisiones las personas, cómo interactúan, cómo responden a los estímulos.
La economía conductual me parece una vía mucho más fértil para entender el mundo actual. Vivimos en sociedades donde somos creadores y consumidores de marketing, de símbolos, de narrativas. Y cuanto más se muevan los actores, cuanto más se equivoquen, corrijan y arriesguen, más dinámica será la sociedad en la que viven.
Hoy hago un pequeño “culto” al negocio. Esa palabra que los griegos despreciaban —y dejaban a extranjeros o esclavos—, hoy me parece una de las expresiones más humanas de la libertad, la creatividad y el progreso.
Comentarios
Publicar un comentario