Recuerdo que en los años 80 la inflación no era un concepto abstracto: era algo que se sentía en el bolsillo todos los días. Los precios cambiaban entre una visita al almacén y la siguiente. Los billetes nuevos llegaban con números más grandes, pero con un valor de compra cada vez menor.
A modo anecdótico, puedo contar que los empleados públicos en mi provincia, Salta, cobraban prácticamente tres sueldos al mes:
- A principio de mes, el sueldo propiamente dicho.
- A mediados, un reajuste por inflación.
- A fin de mes, un anticipo del sueldo del mes siguiente.
En ese contexto, la administración pública parecía convencida de que el dinero era un recurso ilimitado. Se emitía, se repartía, y se reemitía. Nunca se consideraba seriamente que la inflación fuera un problema en sí mismo: era más bien un dato del paisaje.
Descontrol monetario: cuando cada provincia imprimía su "dinero"
El punto cúlmine de aquel descalabro fue cuando muchas provincias comenzaron a emitir su propia moneda, los famosos bonos provinciales. El Banco Central dejó de tener el control de la política monetaria nacional, y el Estado perdió el monopolio de la emisión. Cada provincia tenía su propio "papelito", con diferentes niveles de aceptación.
(Este es un tema que merece un artículo aparte, y más adelante me voy a detener en los bonos provinciales y su lógica de emergencia.)
Lo que se enseñaba en los 80: inflación estructural y efecto dominación
Desde el punto de vista académico, recuerdo que el enfoque dominante era el de la CEPAL y sus influencias estructuralistas. Se hablaba del efecto dominación: una idea según la cual la inflación tenía raíces estructurales, políticas e internacionales. Se señalaba a los países desarrollados como responsables indirectos de la inflación en los países periféricos.
La inflación no se explicaba por exceso de dinero, sino por factores como la dependencia externa, los cuellos de botella productivos, la puja distributiva y la concentración del poder económico. Era una visión más política y sistémica.
Lo que se enseña (y se discute) hoy: expectativas, emisión y control del déficit
Pasaron los años, y muchos países lograron controlar la inflación. En gran parte, lo hicieron adoptando enfoques monetaristas, donde el foco está en el control de la emisión monetaria y el equilibrio fiscal. La idea dominante se resume así: la inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario.
Volví a estudiar economía, y me encuentro con que la mayoría de los modelos explicativos actuales se centran en la emisión monetaria, las expectativas del mercado y el déficit fiscal. Incluso los modelos más complejos —con ecuaciones, curvas y algoritmos— parecen sintetizarse en una idea simple:
No financiar el gasto público con emisión.
Esa es, al menos, la receta que más se enseña y se aplica en muchos países hoy.
¿Cambiaron los modelos o cambió la realidad?
Una parte de mí valora la claridad de estos enfoques más recientes. Pero otra parte se pregunta si no estamos dejando de lado algunas dimensiones del problema.
Me resulta llamativo que muchos de los factores estructurales que antes se estudiaban (la distribución del ingreso, la concentración de poder económico, la falta de diversificación productiva) hoy casi no aparecen en las explicaciones más difundidas. ¿Es porque ya no son relevantes, o porque es más difícil enfrentarlos?
Cierre: entre la teoría y la vida
Vivir la inflación en los 80 fue una experiencia intensa. Estudiarla ahora, con décadas de distancia, también lo es. Y si algo aprendí en esta segunda vuelta como estudiante, es que ninguna teoría económica puede reemplazar la experiencia de vivir los fenómenos económicos en carne propia.
La inflación no es solo un tema de dinero: también es un tema de confianza, de política, de historia… y de memoria.
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