Aprender después de los 50: entre dudas, logros y la certeza de que nunca es tarde

Como ya conté en otros posts, volver a estudiar a una edad en la que mis padres ya pensaban en la jubilación y en una vejez tranquila tiene muchos beneficios. Pero hoy quiero hablar del otro lado: esas barreras invisibles que a veces me invitan a bajar los brazos, esos obstáculos cotidianos que enfrento como estudiante con más años sobre los hombros.


El arte incómodo de desaprender

Uno de los desafíos más profundos que estoy atravesando es la necesidad de desaprender para poder volver a aprender.

A lo largo de la vida fui acumulando ideas, intuiciones, certezas. Algunas siguen siendo válidas. Otras quedaron desactualizadas. Y muchas se formaron en contextos muy distintos a los actuales. Cuando esos saberes previos chocan con los nuevos enfoques que estudio hoy, no siempre me ayudan: a veces, me confunden.

Esto me pasa especialmente en materias con fuerte contenido social, como economía. Conceptos como inflación, formación de precios o comportamiento de la demanda están todo el tiempo en el debate cotidiano o en los medios, pero no siempre con precisión. Si a eso le sumo que varias teorías cambiaron muchísimo en estas décadas, el resultado es, muchas veces, una mezcla difícil de ordenar.

Me encontré con términos que parecen familiares, pero que ya no significan lo mismo. En lingüística se los llama falsos amigos, como el clásico "actual" en inglés, que en realidad quiere decir "real". En economía también me pasa: ideas que se parecen a lo que aprendí o escuché, pero que ya no son iguales. Y ahí es donde más me cuesta: lo que casi entiendo, pero no del todo.


El miedo al error

Otro obstáculo importante, más emocional que académico, es el miedo a equivocarme.

Siento que a esta altura no “debería” fallar. Que una mala nota, un parcial reprobado o quedar libre en una materia es casi una vergüenza. No estoy en la universidad para “ver qué pasa”, ni para cumplir expectativas de nadie. Estoy por elección propia, con ganas, con objetivos.

Y por eso, cuando algo no sale bien, lo siento con más peso. Me exijo mucho, a veces demasiado. Y eso convierte cualquier error en una presión innecesaria.

Pero ahí es donde también estoy aprendiendo. A darme permiso para fallar, a entender que el error es parte del camino, que no me define. Que no me equivoco por viejo, sino porque estoy aprendiendo. Y eso, en sí mismo, ya es una victoria.


Ganar incluso cuando cuesta

Volver a estudiar no me resulta fácil. Pero sí me resulta profundamente valioso.

Me obliga a mirar distinto, a combinar lo nuevo con lo que ya sé, a descubrir que todavía puedo incorporar ideas, métodos, herramientas. Que nunca se termina de aprender.

Y, sobre todo, me devuelve la certeza de que todavía puedo aprender. Que la curiosidad no envejece. Que siempre hay algo más por descubrir, incluso sobre mí mismo.

Estudiar después de los 50, para mí, es una forma de afirmarme frente al mundo. De decir que no todo está dicho, que aún hay camino, y que sigo teniendo ganas de recorrerlo. Como escribió Almafuerte:

"¡No te des por vencido, ni aun vencido!"

Comentarios